El pasado 24 de marzo, en el periódico español El País, en la sección El Hacha de Piedra, donde el escritor Montero Glez (n. 1965) trata tanto la ciencia como el arte, apareció un artículo titulado H.P. Lovecraft y la sed científica en tiempos oscuros, con motivo de la publicación del volumen El Astronomicón por la editorial El Paseo en diciembre de 2021, como reseñé en esta entrada. Se trata de un texto en el que Montero Glez analiza la afición a la astronomía del escritor estadounidense, que podemos leer en este enlace y bajo estas líneas:
El escritor y maestro del terror cósmico, H.P Lovecraft
(1890-1937) coleccionaba telescopios desde que era niño. Los acumulaba
en su habitación de Providence a esa edad en la que cualquier otro
jugaba al escondite. De ahí la curvatura permanente de su espalda. Es
posible imaginarlo, forzando la columna en una postura difícil de
mantener mientras descifra la caligrafía de la noche a través de la
lente de uno de aquellos telescopios que amontona en su cuarto. También
es posible comprender que aquello era un escape para él, una fuga para
el ensimismamiento en el que andaba sumido, y del que dio muestras desde
que era un crío atormentado por oscuras pesadillas. El
primero de todos los telescopios lo consiguió por correo; era algo así
como un juguete de papel maché mal fabricado. Pero poco después, su
madre, a la que estuvo muy unido, le regaló uno mucho mejor que costó
16,50 dólares. Con este nuevo telescopio, Lovecraft acercó los cráteres
de la luna hasta sus ojos. Porque Lovecraft sentía verdadera curiosidad
ante la posible existencia de vida en otros planetas. Su afición a la
astronomía, que defendió con tesón ante la corriente pseudocientífica
representada por la astrología, le llevó a escribir polémicas cartas a
los editores de periódicos de la época. El interés científico del autor
de Los mitos de Cthulhu llegó por medio de la astronomía. Por lo
mismo, sus primeros escritos publicados fueron artículos divulgativos
que, si bien, resultan muy elementales, no por ello dejan de ser
curiosos y, en algunos casos, muy acertados. Sin ir más lejos, cuando
contaba con 16 años escribió acerca de la posibilidad de alcanzar la
luna. Para Lovecraft era tan probable que algún día el
ser humano consiguiese pisarla, como que “si en el siglo XVIII alguien
hubiese oído hablar del teléfono, el fonógrafo, etc, se hubiese mostrado
tan incrédulo como la persona más escéptica que pueda ahora estar
leyendo estas líneas.” Eso fue lo que escribió en uno de aquellos
artículos. Pero lo sorprendente viene unos párrafos después, cuando
Lovecraft enumera las tres formas de alcanzar la luna. La
primera sería disparando un proyectil tripulado. La bala gigante se
pondría en órbita por medio de un cañón de grandes dimensiones, lo que
nos lleva hasta la lanzadera de los cohetes. La segunda forma de
alcanzar la luna sería engañando a la ley de la gravedad con un utillaje
fabricado para la ocasión, algo impracticable para él, ya que, según
afirmaba, nada es capaz de sustraerse a la acción de la gravedad cuando
se trata de utilizar un material resistente a la fuerza gravitatoria.
Por último, Lovecraft se siente esperanzado ante la fuerza de repulsión
eléctrica para propulsar lo que denomina proyectil tripulado. Como vemos, la consciencia cosmológica de Lovecraft se adelantó a los tiempos. Los citados artículos salieron en el diario Gazette News de Asheville (Carolina del Norte) y hoy aparecen recopilados en castellano bajo el título El Astronomicon
(El paseo), un acertado homenaje al poeta latino Marco Manilio y a su
poema astronómico titulado de igual forma, el más antiguo que se conoce
acerca de la descripción astronómica del cosmos. El
citado volumen recopilatorio viene acompañado por una introducción a
cargo de su traductor, Óscar Mariscal, donde nos presenta al Lovecraft
menos conocido hasta ahora, es decir, al divulgador de la ciencia
astronómica. Es aquí, en este manual donde se aprecia el hambre y la sed
de conocimiento científico de un hombre introvertido, cuya atormentada
vida interior dio origen a un mundo lleno de monstruos viscosos y
terrores siderales que, con el tiempo, cristalizaron en literatura.
Cuando
murió, todavía conservaba su primer telescopio, un fraude de papel
maché que nunca le acercó el cielo estrellado hasta sus ojos. Tal vez
por eso, Lovecraft ejercitó la imaginación hasta crear un cielo propio, a
imagen y semejanza del cielo de la noche, cuyo reflejo sacudió la piel
de la Tierra y las profundidades marinas, originando monstruos
gelatinosos capaces de alcanzarnos en lo más profundo de nuestro
inconsciente.