En el número del 19 de agosto de 1990 del periódico español ABC, para conmemorar el centenario del nacimiento de Lovecraft, que se cumplió al día siguiente, 20 de agosto, apareció un extenso artículo de dos páginas en la sección de Cultura, bajo el título de Paisaje fantástico de H.P. Lovecraft. Se trata de un texto en el que se aborda la vida y la obra del escritor de Providence, y se incluye un listado de sus principales relatos, bajo el título Bibliografía de un visionario. Además del artículo principal, encontramos dos textos breves, uno que se titula H.P.L. y Blake: mitología y delirio, firmado por el célebre poeta y escritor Leopoldo María Panero (1948-2014), uno de los más conocidos poetas malditos españoles y que está vinculado a la obra de Lovecraft, pues fue traductor de algunos de sus relatos. Este texto compara la fuente de la imaginación del escritor de Providence con la del gran poeta y pintor británico William Blake (1757-1827). Entre otras afirmaciones, Panero escribía lo siguiente:
Puede definirse el delirio como un enunciado sin respuesta, una creación del lenguaje «ex nihilo», así como la locura es una provocación al ser. Del mismo, en Blake, la mitología no tiene otra fuente que la imaginación, y en ella esa «luz que hace daño al cerebro», como dijera el poeta satánico inglés, no rescata saber alguno olvidado ni da cuenta de mitología alguna escrita, aunque ésta fuera la cosmogonía de los Sasánidas persas.Y, sin embargo, la locura acierta y la ignorancia tiene la misma luz que el saber: así, el Urizan de Blake se parece mucho al aciago demiurgo de los gnósticos, al dios del llanto y, del arrepentimiento. Del mismo modo, en Lovecraft las fuentes de su saber son imaginarias; en efecto, «Los misterios del gusano» de Von Juntz, libro con que Haro Ybars diagnosticara mi poesía, es un texto que no existe. Del mismo modo, el Necronomicon no pasea su silueta por biblioteca alguna que no sea la del extraño saber de la locura.
El otro texto se titula En Rhode Island, y está firmado por el escritor y periodista Valentí Puig (n. 1949), y es un esbozo a grandes rasgos de la personalidad de Lovecraft, como podéis leer bajo estas líneas:
Todo lo que Lovecraft fabuló procedía de una abominación contemplativa. Teórico de la maldad humana, fue hombre de buenas amistades. Admirador de lo teutónico y seguidor del racismo arianista, al final acató el nuevo trato rooseveltino. Lovecraft (1890-1937) tuvo sueños gelatinosos, con torres de inmensas ciudades de piedra y caídas de Ícaro. El efectismo se impone en sus relatos menos intensos pero su mitología del terror cósmico instituye una nueva relación entre el lector y el sacrilegio ancestral, el tótem monstruoso y un universo en regresión. Recluido en su casa de Rhode Island-como un Des Esseintes huesudo, con corbata negra de lazo y cuello postizo-, pomposo y entrañable, sale por las noches a echar una carta al buzón, con paso saltarín y la barbilla exageradamente prominente, como en la caricatura de un poeta maldito en sus horas de oficina y sumisión doméstica. Tiene la voz chillona, la piel pálida y las manos frías. Posa como «tory» dieciochesco que se niega a aceptar la independencia de las colonias norteamericanas. La hipertensión y el colapso nervioso -como se diagnostica en la memorable biografía de Sprague de Camp- le acecharon durante toda su vida. Engullía helados y dulces, escribía miles de cartas -se calcula un total de cien mil-, con largas temporadas sin salir de casa, leyendo y escribiendo por las noches, durmiendo por las mañanas-aunque podía aguantar mucho sin dormir-. Soñaba con el acoso de los esbirros de Cthulhú, los ataques de los demonios, terribles identidades y cultos, cosmogonías materialistas y aquellas razas expulsadas del planeta por su liturgia aborrecible. Hubo la locura del padre y el paulatino deterioro mental de la madre. La literatura como horror milenario -con proliferación de los ritos y creencias sirias- fue para Lovecraft un modo excepcional de no doblegarse ante la presencia impune de la realidad y de dar cuerpo a su odio a la actualidad. Como el viejo demólogo que escribió el «Necronomicón» ,cuyos conjuros se preservan en la biblioteca de la Universidad Miscatónica de Arkham, la memoria anómala de Lovecraft desacredita la realidad, del mismo modo que su hipocondría mantiene bajadas las persianas de la casa en Providence, sin aceptar nunca haber sido el autor del libro de libros cuya última pieza quedó inconclusa. Precoz lector voraz, a los ocho años leyó a Poe. Luego siguió algunas lecciones de Lord Dunsany. Con un estilo que según Cocteau ganaba al ser traducido, nos ha horrorizado con un mundo cartilaginoso y abisal: odiaba el pescado. Xenófobo, enemigo de las tradiciones de lo nuevo, con su fracaso de veneno a cuestas, Lovecraft leía la «Eneida» y soñaba fragmentos de «exterioridad cósmica y expediciones al pasado pretérito». El mundo raído y anacrónico del periodismo «amateur» norteamericano no pudo orillarle en la mediocridad ni moderó su prosa floreada y verbosa. Tan sólo un breve matrimonio con una viuda ucraniana algo mayor que él le sacó de su Providence, en Rhode Island, sin que en los relatos que iba escribiendo las enormes masas amorfas previas a la condición humana desistieran del dominio de nuestro planeta. En un cosmos sin intención ni finalidad, Cthulhú reposa en el fondo del mar, fulguran las cúpulas de Kadath y gracias a Lovecraft, reencontramos la vieja emoción del miedo.