En el número del 30 de enero de 1989 del periódico español Hoja del Lunes de Murcia, que publicó la Asociación de la Prensa de Murcia entre 1943 y 1989, se incluyó un artículo sobre la literatura de terror, tercero de una serie publicada en tres partes llamada En busca del terror perdido, a cargo del poeta y periodista Lino Velasco (1948-2020). En esta parte, titulada El horror cósmico de maléficos engendros, aborda algunos autores clave de la génesis del horror cósmico de principios del siglo XX, como Arthur Machen, Lord Dunsany o William Hope Hodgson, y sobre todo, Lovecraft, en la columna llamada Lovecraft: esperando a Cthulhu. Entre otras cuestiones, Velasco afirma lo siguiente:
La obra de Howard Phillips Lovecraft es una encrucijada dentro del terror. En ella confluyen las nuevas características del género ya explicadas, y es origen de la posterior ciencia-fícción. Pero con Lovecraft se llega al más elevado e increíblemente aterrador punto del cuento materialista de miedo. Nacido en 1890 en Providence, Rhode Island, en la puritana Nueva Inglaterra americana, fue un niño de exacerbada fealdad, de rostro deforme y contrahecha figura. Huérfano de padre desde los cinco años, su naturaleza enfermiza y la absorbente y autoritaria educación que su madre le proporcionase crearía en él un carácter retraído tendente a refugiarse de continuo en su propia imaginación. La astronomía, lo gótico y el siglo dieciocho inglés fueron sus tres pasiones iniciales, hasta que la penuria económica le obligase a trabajar como corrector de estilo y pruebas. Un matrimonio desgraciado con una mujer diez años mayor que él, y que culminaría en prematura separación, tornó más hosco y solitario el modo de ser de Lovecraft, que se hizo asiduo de la noche y huidizo visitante de los cementerios. Su salud fue empeorando paulatinamente, hasta morir a los cuarenta y siete años de edad víctima de un cáncer intestinal.
Y centrándose ya en los Mitos de Cthulhu, podemos leer lo siguiente:
Dentro de esa cosmogonía creada por Lovecraft, la principal deidad es Cthulhu, que reposa en la ciudad submarina de R'iyeh, esperando que los sortilegios e invocaciones lo vuelvan a la libertad. Otras de las creaciones primigenias son Azathoth; Hastur, que está exiliado en el lago de Hali; Ithaqua, a quien un sello le impide acceder al mundo; Shub-Niggurath, Yog-Sothoth y una enorme pléyade de ominosos seres acechantes. Pero otra de las invenciones de Lovecraft es la de una serie de crípticos libros esotéricos así como de un reducido grupo de visionarios conocedores de las verdades numinosas; invenciones ambas en las que sería ayudado por los escritores que compartieron sus visiones —bastantes— y que llegaron a formar un estrecho círculo de colaboración. Así, quizá el más famoso de estos libros horribles sea el Necronomicon, del árabe loco Abdul Alhzahred, traducido por Olaius Worms, y que se encuentra —¿?— bajo llave, junto a otros libros prohibidos, en las estancias de la universidad de Miskatonic. Del número de narraciones del atormentado americano que pertenecen al ciclo de Cthulhu, posiblemente sean las más conocidas: "El color que cayó del cielo", "El caso de Charles Dexter Ward", "El horror de Dunwich" o "La sombra sobre Insmouth", aunque todas ellas forman un todo compacto e interrelacionado al que aportaron sus relatos los continuadores y amigos del maestro, como August Derleth, Robert Bloch, Frank Belknap Long, Clark Ashton Smith, Henry Kuttner o Ramsey Campbell, de lo que Derleth ha sido, posiblemente, el más compenetrado con Lovecraft y quien se dedicara a desarrollar los argumentos que éste dejase esbozados al morir.
Podéis leer el texto completo de dicho diario en este enlace.