El relato
Horror en el cementerio(
The Horror in the Burying-Ground) es obra de Lovecraft en colaboración con Hazel Heald y fue escrito entre 1933 y 1935.Se trata de un cuento a destacar porque es el primer relato publicado tras la muerte de Lovecraft,en marzo de 1937, concretamente en el número5, de mayo de dicho año de la revista
Weird Tales.
Cuando la carretera estatal a Rutland está cerrada, los viajeros se ven
obligados a tomar la ruta de Stillwater que cruza Swamp Hollow. El
paisaje es soberbio en ciertos lugares, pero por alguna razón esa vía ha
sido impopular durante años. Hay algo deprimente en ella, especialmente
cerca del propio Stillwater. Los motoristas sienten una ligera desazón
ante la granja cerrada a cal y canto del montículo al norte del pueblo, y
ante el idiota de barba que ronda el viejo cementerio del sur, hablando
aparentemente con los ocupantes de algunas tumbas. Actualmente no queda
mucho de Stillwater. El suelo se ha agotado, y la mayoría de la gente
se ha mudado a los pueblos del otro lado del lejano río o la ciudad de
más allá de las distantes colinas. El campanario de la antigua iglesia
blanca se ha derrumbado, y la mitad de la escasa veintena de dispersas
casas están vacías y en diverso estado de decadencia. La vía normal
existe sólo alrededor del almacén y estación de servicio de Peck, donde
un curioso se detiene a veces para preguntar por la casa cerrada y el
idiota que cuchichea con los muertos. La mayoría de los preguntones se
marchan con una sensación de disgusto e inquietud. Encuentran a los
cansados y ociosos extrañamente descorteses y llenos de innombrables
insinuaciones al comentar sucesos del pasado. Hay una cualidad
amenazadora y portentosa el tono que emplean para describir sucesos
triviales una incalificable e injustificada tendencia a asumir un aire
furtivo, insinuante y confidencial, así como en caer en espantados
susurros al entrar en ciertos pormenores que turba insidiosamente al
oyente. Los viejos yanquis a menudo hablan así, pero, en este caso, el
melancólico aspecto de la aldea semidesmoronada y la deprimente
naturaleza de la historia narrada prestan a esos ademanes lóbregos y
oscurantistas un significado adicional.
Uno siente profundamente
el horror intrínseco que acecha tras el aislado puritano y sus extrañas
represiones; siente esto y se apresura a escapar precipitadamente en
busca de aires mas puros. Los ociosos susurraban, de un modo
impresionante, que la casa cerrada era la de la vieja Miss Sprague:
Sophie Sprague, cuyo hermano Tom fue enterrado el 17 de junio de 1886.
Sophie nunca fue la misma tras el funeral tras de eso y de lo que
sucedió después del funeral, y al fin eligió permanecer dentro por
siempre. Nunca se la ve, pero deja notas bajo la esterilla de la puerta
trasera y hace que el chico de Ned Peck le lleve las cosas desde el
almacén. Tiene miedo de algo… del cementerio de Swamp Hollow según la
mayoría. Nunca pudieron llevarla a sus proximidades desde que su hermano
y el otro fueron sepultados allí. No es de extrañar, sin embargo, en
vista de las imprecaciones del loco Johnny Dow. Merodea por el
cementerio día y noche, y asegura que habla con Tom… y con el otro.
Luego se va a casa de Sophie y le grita cosas, por eso comenzó a dejar
cerrados los postigos. Él dice que hay cosas que irán desde algún sitio
para llevársela algún día. Aunque debieron pararle los pies, uno no
puede ser muy duro con el pobre Johnny. Además, Steve Barbour siempre
tuvo su propia opinión. Johnny hablaba con dos que están en las tumbas.
Uno es Tom Sprague. El otro, en el lado opuesto del camposanto, es Henry
Thorndike, que fue enterrado el mismo día. Henry tenía la funeraria de
la aldea la única en kilómetros a la redonda y no era nada querido en
Stillwater. Originario de Rutland, había ido a la universidad y era un
hombre muy leído. Sabía cosas extrañas de las que nadie había nunca oído
hablar, y hacía experimentos químicos con dudosos propósitos.
Siempre
intentando inventar algo nuevo: algún líquido embalsamador
revolucionario o alguna estúpida especie de medicamento. Algunos decían
que quiso hacerse médico y fracasó, abrazando entonces la profesión más
cercana. Por supuesto, no había muchos funerales en un lugar como
Stillwater, pero Henry ejercía al mismo tiempo labores de granjero.
Ordinario, de temperamento morboso… y bebedor a escondidas, a juzgar por
las botellas vacías en su cubo de la basura. No es de extrañar que Tom
Sprague le odiara y vetara su ingreso a la logia masónica, y le
advirtiera que se apartase de Sophie. La forma en que experimentaba con
animales iba contra la Naturaleza y las Escrituras. ¿Quién podría
olvidar el estado en que se encontró a aquel perro, o lo que le sucedió
al gato de la vieja Miss Akeley? Luego vino el caso del ternero del
diácono Leavitt, cuando Tom capitaneo a un grupo de mozos para pedir
explicaciones. Lo más curioso fue que el ternero estaba vivo después de
todo, aunque Tom lo había encontrado tan tieso como una badila. Algunos
dijeron que alguien había gastado una broma a Tom, pero Thorndike
probablemente pensó de otra manera, ya que había caído bajo el puño de
su enemigo antes que se descubriera el error. Tom, por supuesto, estaba
medio borracho en ese momento. Era un bruto vicioso en el mejor de los
casos y, con sus amenazas, tenia medio acobardada a su pobre hermana.
Probablemente ése es el motivo que ella siga siendo una criatura
atenazada por el miedo. Eran los dos únicos miembros de su familia, y
Tom nunca la dejaría marchar, ya que eso significaría dividir la
propiedad. La mayoría de los vecinos le tenían miedo como para cortejar a
Sophie él media un metro ochenta en calcetines, pero Henry Thorndike
era un sujeto taimado que conocía la forma de hacer cosas a espaldas de
los aldeanos.
Ordinario y feo como era., ella lo recibiría con
los brazos abiertos con tal de librarse de su hermano. Debió pararse a
pensar cómo podría zafarse de él tras escapar de Tom. Bien, así estaban
las cosas en junio de 1886. Hasta el momento, los chismes de los ociosos
del almacén de Peck no son portentos increíbles; pero, según continúan,
los elementos de tensión oculta y maligna crecen. Tom Sprague, según
parece, solía ir a Rutland para periódicas juergas, y sus ausencias
brindaban grandes oportunidades a Henry Thorndike. Volvía siempre con
mal aspecto, y el viejo doctor Pratt, sordo y medio ciego como estaba,
solía advertirle sobre su corazón y el peligro de delírium tremens. Los
aldeanos siempre podían saber, por el vocerío y las maldiciones, cuando
volvía a casa. Fue la noche del 9 de junio en miércoles, el día después
que el joven Joshua Goodenough acabará de construir su moderno silo
cuando Tom partió para su última y más larga juerga. Volvió el siguiente
martes por la mañana y los paisanos del almacén le vieron fustigando a
su garañón bayo como solía hacer cuando estaba empapado en güisqui.
Luego llegaron golpes y gritos, y juramentos, desde la casa Sprague, y
lo primero que nadie supo fue que Sophie corría a toda velocidad
buscando al viejo doctor Pratt. Al llegar a la casa de Sprague, el
doctor encontró a Thorndike en ella, y Tom estaba en la cama de su
habitación, con los ojos fijos y espuma en la boca. El viejo Pratt le
exploró e hizo las pruebas ordinarias, luego agitó solemnemente la
cabeza y comunicó a Sophie que había sufrido una gran perdida: que su
más cercano y querido pariente había cruzado las puertas perladas hacia
una mejor vida, tal como todos sabían que sucedería si no dejaba la
bebida. Sophie sollozo un poco, insinúan los ociosos, pero no pareció
excesivamente afectada. Thorndike no hizo nada excepto sonreír, quizás
ante la ironía que él, un enemigo jurado, fuera ahora la única persona
que podía ser de alguna utilidad a Thomas Sprague. Gritó en la oreja
sorda del viejo doctor Pratt algo acerca de adelantar el funeral, habida
cuenta la condición de Tom. Los bebedores como aquel eran siempre
sujetos dudosos y una tardanza extra contando con simples medios rurales
podría acarrear consecuencias, visuales y de otras clases, a duras
penas aceptables para los dolientes deudos del fallecido. El doctor
había murmurado que la vida alcohólica de Tom debía haberle embalsamado
anticipadamente, pero Thorndike aseguro lo contrario, al tiempo que se
jactaba de su habilidad y de los inigualables métodos que había
desarrollado con sus experimentos. Es aquí donde las murmuraciones de
los ociosos se vuelven sumamente perturbadoras. Hasta aquí la historia
es narrada habitualmente por Ezra Davenport o Luther Fry, si Ezra está
en cama con sabañones, como suele ocurrir en invierno; pero a partir de
aquí toma riendas Calvin Wheeler y su voz tiene una condenada e
insidiosa forma de sugerir horrores ocultos. Si Johnny Dow acierta a
pasar por allí, siempre se hace una pausa, ya que en Stillwater no
gustan que Johnny hable mucho con los forasteros. Calvin se acerca al
viajero y a veces aferra la solapa de la chaqueta con su nudosa mano
llena de pecas mientras entorna sus acuosos ojos azules. Bien, señor
susurra, Henry se fue a casa y cogió sus trastos funerarios… el loco
Johnny Dow llevó la mayor parte, ya que siempre estaba haciendo faenas
para Henry… y cuentan que Doc Pratt y el loco Johnny ayudaron a
amortajar el cadáver. Doc Siempre decía que pensaba que Henry hablaba
demasiado… presumiendo de lo bueno que era en su trabajo y de lo
afortunado que era Stillwater por tener un funerario regular en vez de
enterrar a la gente tal cual, como en de Whitby. Suponga decía que
alguien tenga un calambre paralizante como los que usted habrá leído.
¿Qué sentiría cuando le bajaron y comenzaron a echarle tierra encima?
¿Qué sentiría cuando se estaba sofocando allí, bajo la lápida nueva,
arañando y rasguñando si le vuelven las fuerzas, pero sabiendo todo el
tiempo que es inútil? No señor, le digo que es una bendición para
Stillwater el tener un doctor espabilado que sabe cuándo un hombre esta
muerto y cuando no, y un funerario avezado que sabe disponer un cuerpo
para que pueda reposar sin problemas.
»Esta era la forma en que
Henry solía hablar, y así se dirigía a los restos del pobre Tom, y al
viejo Doc Pratt no le gustaba lo que cogía de ello, aunque Henry dijese
que era un buen doctor. El loco Johnny estaba mirando el cadáver, y no
era demasiado agradable la forma en que babeaba cosas como “no está
frío, Doc o “Veo moverse los parpados” o “hay un agujero en su brazo
como el que me hizo Henry cuando me dio una jeringa llena de eso que me
hace sentir tan bien”. Thorndike le hizo cerrar la boca cuando dijo
esto, aunque todos sabíamos que había estado dando drogas al pobre
Johnny. Es un milagro que el pobre tipo aún no tenga el hábito. Pero lo
peor, según el doctor, fue la forma en que el cuerpo se sacudió cuando
Henry comenzó a llenarle de líquido embalsamador. Había estado
presumiendo de una nueva fórmula que había practicado con perros y
gatos, cuando de repente el cadáver de Tom comenzó a doblarse, como
tratando de defenderse. Por Dios, Doc dijo que se quedo tieso del susto,
aunque conocía lo que pasa con los cadáveres cuando los músculos
comienzan a envararse.
Bien, señor, lo que sucedió fue que el
cadáver se sentó y se arranco la jeringa de Thorndike de forma que se
clavo propio Henry y le metió tanta dosis de su propio fluido de
embalsamar como quiera usted pensar. Fue un buen susto para Henry,
aunque se sacó la aguja de un tirón y se las arregló para acostar al
cuerpo y meterle todo el líquido. Y le inyectó aún más como si quisiera
cerciorarse que era bastante y asegurarse a sí mismo que no había
recibido mucho de él mismo, pero el loco Johnny comenzó a canturrear.
Esto es lo que distes al perro de Lige Hopkins cuando estaba muerto y
tieso y volvió a andar. ¡Ahora te vas a morir y quedar tan tieso como
Tom Sprague! Recuerda que, si no has metido mucho, no actúa hasta
después de un buen rato.
»Sophie estaba abajo con algunos
vecinos… mi esposa Matildy, que murió hace ya treinta años, era una de
ellos. Estaban tratando de saber si Thorndike estaba allí cuando Tom
volvió a casa, y el encontrarlo allí fue lo que mucha gente pensaría que
era divertido que no contara más, por no decir nada de la forma en que
Thorndike había sonreído. No es que nadie estuviera insinuando que Henry
ayudo a Tom a irse con sus extraños fluidos de invención propia y sus
jeringas, o que Sophie pudiera guardar silencio si pensaba eso. Todos
sabíamos el odio casi demente de Thorndike hacia Tom no sin razón, desde
luego Emily Barbour dijo a Matildy que Henry era afortunado de tener al
viejo Doc Pratt a mano pasa extender un certificado de defunción y no
dejar lugar a dudas.
Cuando El viejo Calvin llega a este punto
comienza a murmurar de forma incomprensible por su enmarañada y sucia
barba blanca. La mayoría de los oyentes tratan de alejarse de él, pero
él apenas parece prestar atención a los gestos. Generalmente es Fred
Pack, que era un niño muy pequeño cuando sucedió todo, quien continúa la
narración. El funeral de Thomas Sprague se realizó el jueves 17 de
junio, sólo dos días después de su fallecimiento. Tanta prisa fue
considerada casi indecente en la remota e inaccesible Stillwater, donde
los que acudían tenían que cubrir largas distancias, pero Thorndike
había insistido que las peculiares condiciones del fallecido lo
demandaban. El funerario se había mostrado bastante nervioso mientras
preparaba el cuerpo, y pudieron verle tomándose frecuentemente el pulso.
El viejo doctor Pratt pensaba que debía temer la dosis accidental de
fluido embalsamador. Naturalmente, la historia del «amortajamiento»
había cundido, por lo que un doble regusto animaba a los asistentes que
se reunieron para satisfacer su curiosidad y enfermizo interés.
Thorndike, aunque obviamente trastornado, pareció tratar de cumplir sus
deberes profesionales con magnifico estilo. Sophie y otros que vieron el
cuerpo quedaron asombrados por la apariencia de vida, y el virtuoso
funerario se reaseguro su trabajo inyectando repetidas dosis a
intervalos regulares.
Casi consiguió despertar una especie de
renuente admiración entre sus paisanos y los visitantes, aunque tendía a
arruinar esta impresión con su fanfarronería y charla de mal gusto.
Siempre que inyectaba a su silencioso paciente, repetía la eterna
cantinela sobre la suerte de tener un enterrador de primera clase. ¿Qué
había dicho como si se dirigiera directamente al cuerpo hubiera sucedido
si Tom hubiera topado con uno de esos descuidados paisanos que
entierran vivos a sus pacientes? Su forma de porfiar en los horrores del
entierro prematuro era verdaderamente bárbara y repelente. Los
servicios se oficiaron en la mal ventilada sala principal, abierta por
primera vez desde que muriera Mrs. Sprague. El pequeño y desafinado
órgano del recibidor graznaba desconsoladamente, y el ataúd, sostenido
por caballetes cerca del vestíbulo, estaba cubierto por flores de olor
enfermizo. Era obvio que una multitud que batía todas las marcas había
llegado desde cerca y de lejos, y en su beneficio, Sophie se esforzaba
en adoptar un aspecto apropiadamente desconsolado. En momentos de
descuido parecía desconcertada e inquieta, dividiendo su escrutinio
entre el febril funerario y el cuerpo con apariencia de vida de su
hermano. Un sordo disgusto hacia Thorndike parecía tramarse en su
interior, y los vecinos murmuraron libremente que ella podría
abandonarle pronto, una vez que Tom estaba fuera de su camino… esto es,
si podía, ya que un tipo tan astuto era difícil de manejar. Pero con su
dinero y el atractivo que conservaba sería capaz de encontrar otro
compañero que se las entendería sin duda con Henry. Mientras el órgano
resollaba Beautiful Isle of Somewhere, el coro de la iglesia metodista
añadía sus lúgubres voces a la horripilante cacofonía, y cada cual
miraba piadosamente al diácono Leavitt; todos excepto, por supuesto, el
loco Johnny Dow, que tenía los ojos clavados en la inmóvil forma bajo el
cristal del féretro.
Estaba murmurando por lo bajo, para si
mismo. Stephen Barbour de la granja más cercana fue el único que se fijó
en Johnny. Se estremeció cuando vio que el idiota estaba hablando
directamente al cadáver e incluso haciendo locos gestos con sus dedos,
como mofándose del durmiente que reposaba bajo la lamina de cristal.
Tom, reflexionó, había pateado al pobre Johnny en más de una ocasión,
aunque probablemente no sin provocación. Algo en todo esto afecto a los
nervios de Stephen. Había una tensión escondida y una latente
anormalidad en el aire que no pudo precisar. Johnny no debió haber sido
admitido en la casa… era curioso los esfuerzos que Thorndike parecía
hacer para no mirar el cuerpo. A cada momento, el enterrador parecía
tomarse el pulso con aire extraño. El reverendo Silas Atwood zumbó con
lastimera monotonía acerca del fallecido… sobre el golpe de la espada de
la muerte en mitad de una pequeña familia, partiendo el lazo terrenal
entre los amados hermana y hermano.
Algunos de los vecinos
cruzaron miradas furtivas tras parpados entornados, mientras Sophie
comenzaba a sollozar nerviosamente. Thorndike se removió en su asiento y
trató de consolarla, pero ella pareció apartarse curiosamente de él.
Sus movimientos eran claramente inquietos y parecía resentirse
especialmente de la anormal tensión que flotaba en el aire. Finalmente,
consciente de sus deberes como maestro de ceremonias, avanzó anunciando
con voz sepulcral que el cadáver podía ser visto por última vez.
Lamentablemente, los amigos y vecinos desfilaron ante el féretro, del
que Throndike alejó con rudeza a Johnny. Tom parecía descansar en paz.
Aquel diablo había sido hermoso en su día. Se oyeron unos pocos sollozos
genuinos y otros muchos fingidos, aunque la mayoría de los asistentes
se contentó con contemplarlo con curiosidad y murmurar después. Steve
Barbour se demoró estudiando larga y atentamente la faz inmóvil, y se
alejó sacudiendo la cabeza. Su mujer, Emily, siguiéndole, susurró que
Henry Throndike haría bien en no jactarse tanto de su trabajo, porque
los ojos de Tom se habían abierto. Habían estado cerrados al comenzar
los oficios, porque ella lo había visto. Pero tenían una mirada natural…
no lo que uno espera después de dos días. Cuando Fred Peck llega tan
lejos, normalmente se detiene como si no le gustara continuar. El
oyente, también, tiende a sentir que algo desazonador está próximo. Pero
Peck tranquiliza a su audiencia declarando que no sucedió nada tan malo
como suele decir la gente.
Aun Steve nunca soltaba palabra de lo
que pensó, y el loco Johnny, desde luego, no pinta nada. Fue Luella
Morse la nerviosa solterona que cantaba en el coro quien pareció haberlo
causado todo. Estaba desfilando ante el ataúd como el resto cuando se
detuvo para observar más de cerca de lo que nadie, ecepto los Barbour,
lo había hecho. Entonces, sin mediar palabra, lanzó un alarido y cayó
desvanecida. Naturalmente, la estancia se convirtió al momento un caos
de confusión. El viejo doctor Pratt se abrió paso hasta Luella Y pidió
agua para mojar su rostro, y se acercaron para mirarla a ella y al
féretro. Johnny Dow comenzó a Canturrear para sí mismo: « Él sabe, él
sabe, escucha todo lo que dicen y ve todo lo que hacen, y le van a
enterrar de esa forma…» pero nadie se paró a descifrar sus murmullos, a
excepción de Steve Barbour. En pocos instantes Luella comenzó a
recobrarse de su desmayo y no pudo decir exactamente qué la había
sobresaltado. Todo lo que pudo murmurar fue: «Su forma de mirar… su
forma de mirar» Pero a ojos de los demás, el cuerpo parecía exactamente
igual. Era una vista desagradable, empero, con aquellos ojos abiertos y
ese excesivo colorido. Y entonces la perpleja concurrencia descubrió
algo que aparto a Luella y el cuerpo de sus mentes por un instante. Era
Thorndike, a quien la repentina excitación y apiñada multitud parecía
haber hecho mal efecto. Evidentemente, había sido golpeado en el tumulto
y estaba en el suelo tratando de arrastrarse hasta una posición
sentada. La expresión de su rostro era extremadamente aterradora, y sus
ojos comenzaban a tomar una helada expresión de pez. Apenas pudo hablar
alto, pero el ronco sonido de su garganta tenía una inefable
desesperación que resulto ser inconfundible para todos. Llévenme a casa,
rápido, y déjenme allí. El fluido que puse por error en mi brazo… actúa
sobre el corazón… esta maldita excitación… demasiado… esperen… esperen…
llega tarde, no saben cuanto… todo el tiempo estaré consciente y sabré
qué sucede… no os equivoquéis. Mientras sus palabras se desvanecían, el
viejo doctor Pratt llegó hasta él y tomó su pulso… esperó largo tiempo y
finalmente agitó la cabeza. No hay nada que hacer… ha muerto. No tenía
bien el corazón… y el fluido inyectado en su brazo no le ha hecho ningún
bien. No se lo que es. Una especie de estupor pareció caer sobre la
asamblea.
¡Una nueva defunción en la cámara de la muerte! Sólo
Steve Barbour pensó en atender las últimas y espasmódicas palabras de
Thorndike. ¿Estaba verdaderamente muerto, cuando él mismo había dicho
que lo parecía falsamente? ¿No podrían esperar un tiempo y aguardar
acontecimientos? ¿Y sobre eso, qué mal habría en que Doc Pratt diera
otro vistazo a Tom Sprague antes del entierro?
El loco Johnny
estaba gimoteando y se había lanzado sobre el cuerpo de Thorndike como
un perro fiel. ¡No le enterréis, no le enterréis! No está más muerto que
el perro de Lige Hopkins o el ternero del diácono Leavitt cuando les
inyectó. ¡Tiene una cosa que les pone y les hace parecer muertos sin que
lo estén! Parece muerto pero sabe todo lo que está pasando y mañana
volverá tan bien como siempre. No le enterréis… ¡Despertará bajo tierra y
no podrá abrirse paso! Es un buen hombre no como Tom Spargue. Rogad a
Dios para que arañe y se ahogue durante las horas y horas… Pero nadie
excepto Barbour prestó ninguna atención al pobre Johnny. De hecho, lo
que el propio Steve dijo había caído en oídos sordos. El desconcierto
era total. El viejo Doc Pratt realizaba pruebas finales y murmuraba
sobre certificados de defunción en blanco y el untuoso Atwood el viejo
sugería un entierro doble. Con Throndike muerto, no había enterrador a
este lado de Rutland, y sería un gran gasto mandar llamar a uno desde
allí, y si Thorndike no era embalsamado con aquel caluroso tiempo de
junio… bueno, es difícil decir. Y no tenía parientes ni amigos para
impedirlo, salvo que Sophie quisiera hacerlo… pero Sophie estaba al otro
lado de la habitación mirando silenciosa, fija, y casi morbosamente al
interior del ataúd de su hermano. El diácono Leavitt intentó restaurar
un aspecto de decoro, e hizo llevar al pobre Thorndike por el vestíbulo a
la sala de estar, al tiempo que enviaba a Zenas Wells y Water Perkins a
la casa del enterrador en busca un ataúd de su tamaño. La llave estaba
en el bolsillo del pantalón de Henry. Johnny continúo gimiendo y
manoseando el cuerpo de Thorndike, ya que Henry no atendía a los oficios
locales. Por fin se llegó a la conclusión que su gente de Rutland todos
ya muertos habían sido baptistas, y el reverendo Silas decidió que el
diácono haría mejor en ofrecer una somera plegaria. Fue un día de gala
para los amantes del los funerales en Stillwater y alrededores.
Aún
Luella se había recobrado lo bastante para acudir. Chismes,
murmuraciones y susurros zumbaban ajetreados mientras se daban unos
pocos retoques al cuerpo de Thorndike, que se enfriaba y atiesaba.
Johnny había sido expulsado de la casa, y la mayoría concordaba en que
debía haberse hecho desde él primer momento, pero sus distantes aullidos
resonaban groseramente y a cada instante en el interior. Cuando el
cuerpo fue introducido en el ataúd y yació junto al de Thomas Sprague,
la silenciosa Sophie, que resultaba tan espantosa de ver, le observó tan
intensamente como había hecho su hermano. No había pronunciado una
palabra durante un periodo peligrosamente largo, y la confusa expresión
de su rostro estaba más allá de cualquier descripción o interpretación.
Cuando
los demás se retiraban para dejarla sola con los muertos se las arregló
para articular una especie de habla maquinal, pero nadie pudo entender
las palabras, y ella pareció hablar primero con un cuerpo y luego con el
otro. Y entonces, con lo que parecería a un forastero el colmo de una
desalmada comedia de mal gusto, toda la insensatez de la tarde se
repitió fielmente. Otra vez chirrió el órgano, de nuevo el corro chilló y
carraspeó, nuevamente un cántico zumbante se alzó, y una vez más los
espectadores, morbosamente curiosos, desfilaron con macabro objetivo…
esta vez un conjunto mortuorio doble. Algunos de los más sensibles
temblaron ante el mismo procedimiento, y de nuevo Steve Barbour sintió
una subyacente nota de terror espantoso y anormalidad demoníaca. Dios,
la apariencia de vida de ambos cadáveres era… y cuán ansiosamente había
pedido el pobre Thorndike en que no le creyeran muerto… y cuanto había
odiado a Tom Sprague… pero ¿Cómo ir contra el sentido común?
Un
muerto era un muerto y allí estaba el viejo Doc Pratt con los años de
experiencia… si nadie se molestaba. ¿Por que hacerlo uno?… Por todo
cuanto había hecho, Tom probablemente se lo merecía… y sí Henry había
hecho algo con él, la cuenta estaba igualmente saldada… bueno, Sophie
era libre por fin.
Cuando la procesión de mirones se desplazó por
fin hacia el salón y la puerta exterior, Sophie se quedó a solas con
los muertos una vez más. El viejo Atwood estaba fuera, en la carretera,
buscando un conductor de coche fúnebre en las caballerizas de Lee, y el
diácono Leavitt estaba arreglando una doble tarifa con los porteadores
de féretros. Afortunadamente, la carroza podía contener dos ataúdes. Sin
prisas, Ed Plummer y Ethan Stone se adelantaron con palas para abrir
una segunda tumba. Había tres carros engalanados y algún número de
carruajes privados en la cabalgata… no tenía sentido tratar de mantener a
la gente alejada de las tumbas. Entonces llegó un frenético grito desde
la sala donde se hallaban Sophie y los cuerpos. Esto estremeció de
forma casi paralizante a la gente y renovó la sensación provocada a raíz
del grito y desmayo de Luella. Steve Barbour y el diácono Leavitt se
abalanzaron al interior, pero antes que pudieran entrar Sophie salió
sollozando y boqueando. ¡Esa cara en la ventana!… ¡Esa cara en la
ventana! Al mismo tiempo, una figura de ojos salvajes rodeó la esquina
de la casa, desvelando el misterio del dramático grito de Sophie. Era,
obviamente, el dueño de la cara… el pobre loco Johnny, que comenzó a
brincar señalando a Sophie y gritando.
¡Ella sabe! ¡Ella sabe!
¡Lo he visto en su cara cuando los mira y les habla! Ella sabe y va a
dejar que los metan en la tierra para que arañen y escarben en busca de
aire… pero ellos le hablarán… a ella porque ella puede oírles… le
hablarán y se le aparecerán… ¡Y algún día volverán para llevársela!
Zenas Wells arrastró al vociferante subnormal hasta una leñera, en la
parte trasera de la casa, y lo encerró lo mejor que pudo. Sus gritos y
aporreos podían oírse a distancia, pero nadie le prestó ninguna
atención. La procesión estaba en camino, con Sofía en el primer
carruaje, y lentamente cubrió la pequeña distancia entre la aldea y el
cementerio de Swamp Hollow. El viejo Atwood ofició mientras Thomas
Sprague descendía a su descanso eterno; mientras tanto, Ed y Ethan
habían terminado la tumba de Thorndike en el otro lado del cementerio…
hacia donde se encaminaron los presentes. El diácono Leavitt habló
entonces retóricamente, y todo el proceso se repitió. La gente había
comenzado a marcharse en grupos, y el traqueteo de las calesas y
carruajes que se marchaban era casi total cuando las palas comenzaron su
trabajo. Mientras la tierra resonaba sobre las tapas de los ataúdes, la
de Thordike primero, Steve Barbour descubrió extrañas expresiones
revoloteando sobre el rostro de Sophie Sprague. No pudo seguirlas muy
bien, pero de las que pudo captar se desprendía una especie de mirada
torcida, perversa y medio sorprendida de vago triunfo. Él agitó la
cabeza.
Zenas había vuelto atrás y sacó al loco Johnny de la
leñera antes que Sophie llegará a casa, y el pobre tipo al momento
corrió frenéticamente hacia el cementerio. Llegó antes que los
enterradores hubieran acabado y mientras muchos de los curiosos
dolientes se demoraban aún por allí. De lo que voceó a la tumba,
parcialmente llena de Tom Sprague y de cómo escarbó en la suelta tierra
del túmulo recién finalizado de Thorndike al otro lado del cementerio,
los espectadores supervivientes aún se estremecen al recordarlo. Jotham
Blake, el guardia, le hizo retroceder hacia el pueblo a la fuerza, y sus
gritos despertaron temibles ecos. Aquí es donde Fred Peck normalmente
abandona la historia.
¿Qué más pregunta, hay que contar? Fue una
tenebrosa tragedia, y uno apenas puede maravillarse que Sophie se
volviera rara después de aquello. Esto es todo cuanto uno puede escuchar
si es tan tarde que el viejo Calvin Wheeler se ha marchado
tambaleándose a la cama, pero si aún permanece por allí prorrumpe de
nuevo ese murmullo malditamente insinuante e insidioso. A veces,
aquellos que le escuchan temen pasar por la casa cerrada del cementerio
después de eso, especialmente de noche.
Je, je… ¡Fred era un
imberbe entonces, y no puede recordar más que la mitad de lo que pasó!
¡Usted quiere saber por qué Sophie guarda su casa cerrada y por qué el
loco Johnny aún sigue hablando con los muertos, y gritando por a las
ventanas de Sophie? Bueno, señor, no se si sé cuanto hay que saber, pero
escucho lo que escucho. _Aquí el anciano escupe tabaco y se inclina
hacia el ojal del oyente. Fue la misma noche, me parece… hacia la
mañana, y unas ocho horas después de los entierros… cuando escuché el
primer grito en casa de Sophie. Nos despertamos todos… Steve y Emily
Barbour, y yo y Matildy, fuimos corriendo, todos en ropa de noche, y
encontramos a Sophie vestida y tirada en el suelo de la sala de estar.
Suerte que no había cerrado la puerta.
Cuando la reanimamos
temblaba como una hoja, y no pudo decir ni una palabra de lo que la
asustaba. Matildy y Emily hicieron cuanto pudieron para calmarla, pero
Steve me murmuró cosas que no me dejaron muy tranquilo. Sobre una hora
más tarde, cuando nos íbamos a ir a casa, Sophie comenzó a inclinar la
cabeza a un lado como si escuchara algo. Entonces, de repente, gritó de
nuevo y volvió a desmayarse. Bueno, señor, estoy contando lo que estoy
contando y no supongo lo que Steve Barbour hubiera hecho de haberse
atrevido.
Tuvo siempre mucha maña para las cosas inusitadas… murió hace diez años de neumonía.
»Lo que escuchamos tan débilmente era el pobre loco Johnny por supuesto.
Hay
más de un kilómetro al cementerio, y debió salir por la ventana donde
le encerraron en la granja… aunque el guardia Blake dice que no salió en
toda la noche. Desde ese día ha estado rondando las tumbas y hablando
con esos dos… maldiciendo y pateando el túmulo de Tom y poniendo cosas y
regalos en la de Henry. Y cuando no está haciendo eso es que esta
rondando las ventanas cerradas de Sophie aullando que irán pronto a
buscarla.
»Ella nunca volvió al cementerio, y no sale de la casa,
y nadie la ha visto. Llegó a decir que hay una maldición sobre
Stillwater… y yo estoy tonto si no tiene medio razón, tal como las cosas
se están haciendo pedazos en estos días.
Desde luego hay algo
raro en Sophie. Una vez Sally Hopkins fue a llamarla en el 1897 o el
1898, creo hubo un espantoso entrechocar de sus celosías y Johnny estaba
bien encerrado esa vez o, al menos, eso jura y perjura el guardia
Dodge. Pero no tengo en cuenta esas historias sobre ruidos cada 17 de
junio, o sobre figuras fantasmales tanteando la puerta y las
contraventanas de Sophie cada madrugada, como a las dos.
Sabe,
eran sobre las dos de la madrugada cuando Sophie escuchó los sonidos y
se desmayó por segunda vez aquella primera noche tras el entierro. Steve
y yo, y Matildy Y Emily, escuchamos la segunda parte, débil como era,
pero como se lo digo. Estoy contándole de nuevo que debió ser el loco
Johnny Blake diga lo que quiera. No se puede reconocer el sonido de una
voz humana tan lejos, y con nuestras orejas llenas de insensateces no me
extraña que pensáramos que eran dos voces… que no debían hablar. Steve
afirmaba haber escuchado más que yo. De verdad cero que prestaba
atención a asuntos de fantasmas Matildy y Emily estaban tan asustadas
que no recuerdan lo que oyeron. Y es bastante curioso, nadie en el
pueblo si alguien estaba despierto a esa maldita hora dijo haber
escuchado ningún sonido. Lo que fuera, eran tan débil que pudiera haber
sido el viento, de no mediar palabras. Entendí un poco, pero no quiero
decir que respalde cuanto Steve juraba haber oído… “Diablesa”… “todo el
tiempo”… “Henry”… y “vivo” eran claras, y también “tú sabes”… “dijiste
que esperarías”… “te libraste de él” y “me has enterrado”… en una
especie de voz cambiante… Entonces vino la espantosa “volveré algún día”
con un graznido mortal… pero no me diga que Johnny no pudo hacer esos
sonidos. ¡Eh, usted! ¿Por qué se va tan aprisa? Quizás pueda contarle
más, si me acuerdo…