En 2003 se publicó de forma póstuma, por la editorial británica Cambridge University Press, un ensayo del físico estadounidense Edwin Thompson Jaynes (1922-1998), titulado Probability Theory: The Logic of Science, algo así como La teoría de la probabilidad: La lógica de la ciencia, obra de 758 páginas en la que su autor va más allá de las matemáticas convencionales de la teoría de la probabilidad, viendo el tema en un contexto más amplio. Se discuten los nuevos resultados y las nuevas corrientes, junto con las aplicaciones de la teoría de la probabilidad a una amplia variedad de problemas en física, matemáticas, economía, química y biología. Contiene muchos ejercicios y problemas, y es adecuado para su uso como libro de texto en cursos de posgrado que involucran análisis de datos. Lo curioso de esta obra sobre física estadística, es que aparece un breve comentario sobre Lovecraft, en unas notas finales sobre la información previa que maneja la gente a la hora de establecer sus propias ideas, en concreto en la página 197. El breve texto dice así en su traducción al español:
No son sólo los estadísticos ortodoxos los que han denigrado la información previa en el siglo XX. El escritor de fantasía H.P. Lovecraft definió en una ocasión el "sentido común" como "una estúpida falta de imaginación y de flexibilidad mental". De hecho, es solo la acumulación de información previa inmutable sobre el mundo lo que le da a la persona madura la estabilidad mental que rechaza las fantasías arbitrarias (aunque podemos disfrutar de una lectura divertida de ellas).
La cita que usa Jaynes en su obra es a un relato de Lovecraft, Lo innombrable (1923), en el que Randolph Carter y su amigo Joel Manton se reúnen en un cementerio cerca de una vieja casa en ruinas de Meadow Hill, en la ciudad de Arkham, y en concreto al final de este pasaje:
Dar crédito a estas consejas de vieja campesina, insistía yo, presuponía una fe en la existencia de sustancias espectrales en la tierra, separadas de sus duplicados materiales y consiguientes a ellos. Implicaba, además, una capacidad para creer en fenómenos que estaban más allá de todas las nociones normales; pues si un muerto puede transmitir su imagen visible o tangible a la distancia de medio mundo o desplazarse a lo largo de siglos, ¿por qué iba a ser absurdo suponer que las casas deshabitadas están llenas de extrañas entidades sensibles, o que los viejos cementerios rebosan de terribles e incorpóreas generaciones de inteligencias? Y dado que el espíritu, para efectuar las manifestaciones que se le atribuyen, no puede sufrir limitación alguna de las leyes de la materia, ¿por qué es una extravagancia imaginar que los seres muertos perviven psíquicamente -en formas —o ausencias de formas— que para el observador humano resultan absoluta y espantosamente «innombrables»? El «sentido común», al reflexionar sobre estos temas, le aseguré a mi amigo con calor, no es sino una estúpida falta de imaginación y de flexibilidad mental.
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