En 1999 apareció la novela póstuma del poeta y escritor cubano Reinaldo Arenas (1943-1990), conocido por su oposición al régimen de Fidel Castro, su homosexualidad y sus obras mágico-realistas, inmortalizado en el cine por el actor español Javier Bardem en la película Antes que anochezca (2000), titulada El color del verano. Se trata de una obra de 465 páginas, publicada en España por la editorial Tusquets, entre otras, que narra las celebraciones para conmemorar el 40 aniversario del ascenso al poder de Fifo (una sátira de Castro), en una novela que constituye uno de las muestras más complejas y turbadoras de la narrativa cubana del exilio. Constituye una
venganza literaria y política, un sarcasmo contra quienes figuran en el mundo literario o político cubano de la época, una
provocación homosexual, elaborada con elementos autobiográficos, parodias, relatos,
ejercicios de estilo. Carece de una trama coherente y suple el realismo
con la más desbordante de las fantasías. Heredera del surrealismo, nos sumerge en un ámbito de crueldades y de miserias. En esa amalgama colorista y carnavalesca, aparece una curiosa mención a Lovecraft, dentro de un relato que lleva por título La Jibaroinglesa; Arenas se detiene con frecuencia en lo más sórdido de las
experiencias del colectivo homosexual empleando para ello un lenguaje
descarnado y una caracterización extremadamente grotesca. Valga como
ejemplo el retrato incompasivo de la Jibaroinglesa, una de las tantas
locas que pueblan las páginas de la novela, donde encontramos la alusión al escritor de Providence.
Se trataba de una loca de aspecto hórrido fruto de una extraña hibridez ,mezcla de india, china, negra y española. Pero esa mezcolanza no había culminado en un producto terminado, en un chino aterciopelado, en un mulato batoso, en un jabao de labios sensuales, en un negro de monumentales dotes...Nada de eso, querida, aquella loca — por alguna parte la habrás visto, aunque eres bruta, pues ella se promueve más que una estrella de cine— tenía la configuración de un sapo asustado o de un pingüino de vientre prominente. Era como todo ser mediocre, vanidoso y estaba poseído por un orgullo que a ciencia cierta ni él mismo sabía cuál era la causa, pues en él (o en ella, como prefieras) no había ni talento, ni gracia, ni belleza, sino (resumamos) todo lo contrario: su cuerpo era redondo y achatado en los polos, y su cabeza era como una fruta cósmica abollada por el golpeteo de los aerolitos. Todo en él (recontrarresumamos) tenía la apariencia de un sijú condenado a mil años de insomnio.
Dada su cuádruple condición de nativo jabireño, estaba atado a su terruño, de donde todo el mundo, al ver aquel fenómeno, había salido huyendo (en el pueblo ahora sólo hay una hilandería abandonada propiedad de H.P. Lovecraft) y por lo mismo él (o ella) quería desprenderse de aquel origen que consideraba un estigma y hacerse un personaje mundano y cosmopolita.
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