En 2016 el artista y diseñador de ilustraciones en 3D español Alberto Trujillo (aquí su página web oficial) creó un fenomenal dibujo inspirado en el famoso relato de Lovecraft La sombra sobre Innsmouth, al que tituló en inglés Bus to Innsmouth (Autobús a Innsmouth), como podéis ver en este enlace. En la ilustración se ha recreado, tal como el propio autor explica en su espacio web, el viaje en bus del protagonista principal de la historia y su primer encuentro con los habitantes del pueblo que tienen algo extraño...
Y para acompañar este magnífica ilustración en tres dimensiones, os dejo el pasaje del relato donde se describe la escena concreta:
A
la mañana siguiente, poco antes de la diez, cogí la maleta y me situé ante la
Droguería Hammond, en la Plaza del Mercado, a esperar el autobús de Innsmouth.
Cuando ya faltaba poco para llegar, observé que los paseantes se alejaban de
la parada. El empleado de la estación no había exagerado la repugnancia que
sentían en la localidad por los habitantes de Innsmouth. Al poco tiempo
apareció, retemblando por State Street, un coche de línea bastante viejo,
pintado de verde sucio. Dio la vuelta y frenó al lado de donde yo estaba. En
seguida me di cuenta de que era el que yo esperaba. Encima del parabrisas se
adivinaba el casi ilegible cartel: Arkham-Innsmouth-Newb...port. Sólo venían
tres pasajeros, tres hombres más bien jóvenes, morenos, mal vestidos y de
semblante hosco. Cuando el vehículo se detuvo, bajaron los tres y, con paso
torpe y desmañado, echaron a andar en silencio por State Street, casi de
manera furtiva. El conductor bajó también del coche y le vi desaparecer en el
interior de la droguería. «Este debe ser el tal Joe Sargent que mencionó el
empleado de la estación», pensé, y antes de reparar en ningún detalle, sentí
que me embargaba como una oleada de instintiva aversión, tan incontenible como
inexplicable. De pronto, me pareció muy natural que la gente de la localidad
no deseara subir a semejante autobús ni visitar la población donde vivía
aquella chusma. Cuando volvió a salir de la droguería, me fijé más en él y
traté de descubrir el motivo por el que me había causado tan mala impresión.
Era un hombre flaco, de hombros caídos y uno setenta de estatura o tal vez
menos. Llevaba un traje azul raído y una deshilachada gorra de golf. Debía
tener unos treinta y cinco años, aunque las dos arrugas que le surcaban el
cuello a ambos lados le hacían parecer más viejo, si no se fijaba uno en su
rostro inexpresivo y apagado. Tenía la cabeza estrecha y unos ojos saltones de
color azul claro que no pestañeaban; su barbilla y su frente eran deprimidas,
y tenía unas orejas más bien rudimentarias y atrofiadas. Sus labios eran
grandes y abultados; sus mejillas, cubiertas de poros abiertos y de costras,
daban la sensación de carecer casi totalmente de barba, aparte algunos pelos
amarillos tan irregularmente repartidos por la cara, que junto con las
rugosidades de la piel, más que otra cosa parecían calvas producidas por
alguna enfermedad. Sus manos enormes, surcadas de venas, eran de un increíble
gris azulado; tenía los dedos sorprendentemente cortos y desproporcionados,
como encogidos hacia adentro de sus tremendas palmas. Al dirigirse hacia el
autobús, noté su forma de bamboleante de andar. Sus pies eran igualmente
desmesurados, y cuanto más se los miraba, más difícil me parecía que pudiera
encontrar zapatos a su medida. La mugre que llevaba encima lo hacía más
repugnante aún, Sin duda trabajaba o haraganeaba por los muelles pesqueros, a
juzgar por el olor que traía consigo. Era imposible averiguar qué mezcla de
sangres habría en sus venas. Sus rasgos no parecían asiáticos, polinesios ni
negroides, pero evidentemente eran extranjeros. Sin embargo, más que una
característica racial, aquellos rasgos me parecían una degeneración biológica.
Me quedé cortado de pronto, al darme cuenta de que no había ningún otro
pasajero en el autobús. No me gustó la idea de viajar solo con semejante
conductor. Pero se acercaba la hora de salida, y tuve que decidirme. Subí al
coche, le tendí un dólar y dije escuetamente: «Innsmouth». Me miró con
sorpresa durante un segundo, mientras me devolvía cuarenta centavos, pero no
dijo nada. Me senté detrás de él, junto a una ventanilla, para poder
contemplar la costa durante el viaje. Por fin arrancó el cacharro de una
sacudida y pronto dejó atrás los viejos edificios de State Street, retemblando
estrepitosamente y soltando un humo espeso por el tubo de escape. Me dio la
impresión de que la gente que pasaba por la acera evitaba mirar al autobús...
o al menos, disimulaba.
Sirva este fragmento de uno de los más conocidos relatos de Lovecraft, junto con la ilustración, para conmemorar hoy, 15 de marzo, el 81 aniversario de la muerte del escritor de Providence.
Buena ilustracion, y no tenia idea de que se cumplia un nuevo aniversario de su muerte.
ResponderEliminarSí, el maestro Lovecraft murió un 15 de marzo de 1937.
ResponderEliminarUn saludo.