En una entrada de 2012 escribía sobre Robert Barlow (1918-1951), el joven colega de Lovecraft con el que empezó a escribirse con tan solo 13 años y que tras la muerte de éste en 1937 se convertiría en su albacea literario, y que juntos en colaboración escribieron seis relatos (La batalla que dio fin al siglo, Cosmos en colapso. La noche del océano, Hasta en los mares, La matanza del monstruo y El tesoro del hechicero-bestia), cuentos que se incluyeron en un libro publicado en 2002 titulado Eyes of the God y que recogía toda la producción de Barlow, como escribí en esta reciente entrada. En 2012, terminaba diciendo que en la III Feria del Libro de aquel año en Azcapotzalco (México), el 20 de abril, se entregó un libro en el que se recogían esos 6 relatos traducidos al castellano por Brissa Rodríguez Castañeda, publicado por la editorial Palabrotero Ediciones, con el título de Media docena de pesadillas. Cuentos para leer aquí y para llevar con un modesto tiraje de 1000 ejemplares. El libro se agotó inmediatamente, por obvias razones. Entre ellas que Barlow, tras la muerte de su mentor, emigró a México y se estableció en la mencionada localidad, donde inició una carrera como Antropólogo y conoció una trágica muerte a los 33 años. En aquella ocasión, el escritor, ensayista y poeta mexicano Vicente Quirarte (n. 1954) leyó una conferencia sobre la amistad entre Lovecraft y Barlow, y la vida de éste último en México, que llevaba por título Lovecraft, Barlow y Azcapotzalco, y que podéis leer por completo bajo estas líneas.El texto resulta muy interesante, ya que Quirarte juega con la idea de que Lovecraft pudiera haber sobrevidido en 1937, y se hubiera establecido en Azcapotzalco junto a Barlow, donde siguió escribiendo relatos y tuvo algunos discípulos, como el escritor maldito mexicano Francisco Tario (1911-1977).
Lovecraft con Barlow y sus padres en DeLand (Florida). |
Lovecraft, Barlow y Azcapotzalco
Vicente Quirarte
Imaginemos la siguiente historia. Gracias a la contribución económica de los amigos, pobres pero generosos, de Howard Phillips Lovecraft, los médicos de Providence deciden trasladar al paciente, a principios de 1937, al mejor hospital de Nueva York. Tras una larga y complicada operación, consiguen detener y controlar la enfermedad que le devoraba el estómago. Para restablecerse, acepta la hospitalidad de su joven amigo Robert Hayward Barlow en De Land, Florida. El clima tropical, la compañía de su hermano por elección, las caminatas por los deslumbrantes alrededores, lo hacen recuperar paulatinamente fuerzas. Gracias a que Barlow pasa en máquina su profusa caligrafía, Lovecraft vuelve con renovados ánimos a la escritura.
Esa forma casi paradisiaca de existencia se interrumpe cuando se exacerban las relaciones, de por sí difíciles, de Barlow con su familia. Los amigos deciden buscar otras perspectivas. No obstante la inicial resistencia de Lovecraft, cruzan la frontera hacia México. En la capital, se alojan en el hotel Geneve de la Colonia Juárez, que le recuerda a Lovecraft la atmósfera del Biltmore en su natal Providence. Un día, mientras desayunan, Barlow recibe un telegrama: el fallecimiento de una tía lo deja como heredero de una fortuna considerable. Aunque ambos amigos han visto varias casas que Lovecraft ha descubierto en sus caminatas por la Colonia Juárez, que le evocaban las de su ciudad natal, Barlow decide llevar a cabo otra empresa que lo conduzca con su amigo a un escenario urbano aún más anclado en el tiempo: en la calzada Azcapotzalco se recrean ante las mansardas, los portales, los jardines bien cuidados de las casas que a principios del siglo XX fueron construidas como quintas de verano en la colonia entonces llamada El Imparcial. Encuentran la que más agrada a Lovecraft. Por fortuna, está en venta y Barlow puede pagarla de contado. Lovecraft pasa por la etapa más plena de su vida. Se hace cliente habitual de la Lagunilla e inunda la casa con antigüedades. El monto de la herencia recibida por Barlow les permite darse el lujo de establecer una editorial que se llamará, en español, “La Casa Evitada”, en homenaje al relato largo “The Shunned House” de Lovecraft, tan querido por Barlow. La nueva editorial está consagrada a la literatura fantástica y recibe manuscritos de diversas partes del mundo que están intentando llevar el género a alturas mayores. Lovecraft aprende español para leer sn su idioma original el relato “El Aleph” de un argentino llamado Jorge Luis Borges, que en opinión de Barlow guarda semejanzas con “Los perros de Tíndalos” de Frank Belknap Long. En la buhardilla más elevada de la casa Lovecraft escribe sus mejores historias. Desde su ventana puede mirar o imaginar el campanario de la parroquia de los apóstoles Felipe y Santiago y evocar la atrayente leyenda de que la hormiga en ella representada llegará un día a la cima del campanario para dar fe del fin del mundo. Da inicio a una novela corta que llevará por título La hormiga de Azcapotzalco. El proyecto de Barlow y Lovecraft resulta un éxito no sólo editorial sino comercial. La entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra propicia en México una bonanza económica sin precedentes. El día de la firma del armisticio, Lovecraft pierde su propia batalla. El cáncer estomacal, el gusano conquistador, regresa por sus fueros. En su funeral se encuentran pocos pero selectos acompañantes. Uno de ellos, Francisco Tario, un joven y callado adolescente que se ha convertido en el discípulo mexicano más próximo a Lovecraft. Barlow vive hasta el año ochenta de su edad, tras haberse consolidado como un respetado y próspero editor cuya mayor satisfacción es haber defendido el legado de su amigo y mentor.
Barlow en Azcapotzalco en torno a 1950. |
La verdadera historia no fue así pero pudo serlo. Me inspira a conjeturar tal ucronía la publicación del libro que, bajo el título Media docena de pesadillas, reúne por primera vez en español los relatos surgidos a partir de la colaboración entre el maestro Lovecraft y el más joven de sus acólitos, Robert Hayward Barlow, que se acercó al solitario de Providence cuando el primero tenía trece años de edad. La edición fue financiada por la Delegación Azcapotzalco y su iniciativa nació de la voluntad de varias jóvenes entusiastas de Lovecraft y la literatura fantástica. La idea original fue de Mari Carmen Esteva, editora del libro, e incluye la traducción de Brissa Rodríguez Castañeda, las ilustraciones de Tania Ortiz y el diseño de Mayanin Ángeles: cuatro mujeres unieron su talento y su respectiva disciplina para hacer posible este homenaje a uno de los viajeros extranjeros más notables que han vivido en México. Así lo describe Lovecraft en una carta:
Mi joven anfitrión…es un verdadero y brillante niño prodigio de sólo 16 años pero inmensamente maduro para su edad. Es el hijo de un coronel retirado a causa de su precaria salud, y que ahora se encuentra de viaje por el norte. Un hermano mayor, también ausente, es un activo oficial del ejército. El joven Barlow es extremadamente versátil: escritor, pintor, escultor en barro, jardinero, bibliófilo y otras habilidades a pesar de tener en contra su mala vista. En el otoño piensa ir al norte a una sesión con expertos ocultistas que le han prometido cierta cura.
La historia, más extraordinaria que la realidad, vuelve a Barlow mexicano por elección propia. Aquí decidió vivir. Y morir. Las notas aparecidas en los periódicos mexicanos vuelven su fallecimiento tan enigmático como el de Robert Blake y otros jóvenes que se enfrentan al misterio prohibido en varias de las mejores historias de Lovecraft. El fin del año 1950 fue uno de los más rojos en la historia de una acotada pero creciente Ciudad de México. La caricatura de Excélsior del primero de enero de 1951 representaba a un mundo que enfrenta el nuevo día con una bolsa de agua y un insufrible dolor de cabeza. En su sección dedicada a dar fe de las tragedias cotidianas, el periódico publicaba la estadística de 2,100 homicidios y 3,950 accidentes de tránsito en 1950, así como su alarma ante el creciente número de asaltos en las colonias Buenos Aires, Peralvillo y Santa Anita. En contraste, una noticia donde se hablaba de que en Pasadena, California, ganaba el trofeo internacional Torneo de las Rosas el carro alegórico llamado “El gozo de vivir en México”.
En la Hemeroteca Nacional de México, en su página 17 del jueves 4 de enero de 1951, el periódico Excélsior encabeza una de sus notas rojas: “Murió envenenado con barbitúricos”. La nota aparece enfatizada con lápiz por un alguien que, como en un cuento de Lovecraft, se adelantó a buscar datos sobre Barlow. Dice así:
El estadounidense Robert Hayward Barlow, de 37 (sic.) años de edad, jefe del departamento de antropología del Mexico City College murió a consecuencia de la gran cantidad de barbitúricos que ingirió. No se sabes si su fallecimiento fue resultado de un accidente –que solía tomar somníferos todas las noches- o si fue intencional. El cadáver fue encontrado, a avanzada hora del martes, en la casa de Barlow, situada en la calle de Santander 37, Azcapotzalco. Dejó un recado escrito en maya, donde explica lo siguiente: “Eduardo: quiero dormir, a nadie quier ver”. Robert padecía una enfermedad que le impedía dormir, por lo que se veía precisado a tomar barbitúricos. Además, tenía problemas morales ya que su familia vivía en Florida. E.E.U.U. Fue visto por última vez el sábado pasado, en que citó a sus tres empleados para el martes, a las 6 horas. Cuando se presentaron y llamaron a la puerta, no obtuvieron respuesta. Entraron en sospechas y llamaron a las autoridades…Junto a la cama fue encontrado un frasco vacío de seconales.
Por su parte, la nota de El Universal, de ese mismo día, abunda en otros detalles:
En forma misteriosa murió un antropólogo
…Declaró con relación a este caso el teniente coronel del ejército Antonio Hernández Castañeda, de 37 años de edad y que fue secretario particular del antropólogo…afirmó el teniente Hernández que Hayward estaba desesperado de la vida por el hecho de hallarse distanciado de sus parientes y por su situación económica un tanto difícil y no contar con la atención de sus empleados quienes hacían poco aprecio de las observaciones que les hacía para la realización de sus trabajos de orden científico. La policía…encontró el cadáver boca arriba, apreciándose manchas equimóticas y cianóticas.
Ambas notas proporcionan elementos para integrar un relato en el estilo del mejor Lovecraft, pero la realidad supera a la fantasía. Barlow pertenece a la estirpe de intelectuales que, como Katherine Anne Porter en Azcapotzalco, D.H. Lawrence en la laguna de Chapala, Luis Cernuda en Coyoacán, Malcolm Lowry en Cuernavaca y Oaxaca, encuentran al mismo tiempo el paraíso y el infierno, su forma de vivir plenamente sobre el mundo. Barlow amaba el sol, y la fotografía, desnudo de la cintura para arriba, que aparece en este libro, lo muestra relajado y alegre, con la constitución y el rostro infantiles que nunca lo abandonaron. Es una fotografía, se nos dice, tomada en Azcapotzalco, este antiguo reino donde estableció su morada. Contra la leyenda negra que los primeros historiadores de Lovecraft crearon para hablar de un ser amante de las tinieblas, que corría las cortinas para escribir con luz eléctrica, el erudito S.T. Joshi ha demostrado, a través de nuevos estudios, que Lovecraft era un ser solar, gran caminante y enamorado del paisaje. Precisamente con Barlow emprendió la última de sus extensas excursiones, que los llevaron hasta Black Water Creek, zona de pantanos donde Lovecraft vio por primera vez los cocodrilos en su medio natural. Barlow compartía otra de las pasiones de Lovecraft: su amor por los gatos. Howard recuerda en sus cartas que su joven amigo tenía en su casa una legión, incluidos dos llamados Ciro y Darío. El predilecto de Lovecraft era uno llamado High, que “trota como un perrito…cuando emprendemos nuestras caminatas vespertinas”.
Pregunto a los vecinos de este barrio: ¿existe todavía la casa de Santander 37? ¿Por qué no colocar una placa alusiva en el sitio, en una ciudad y un país que es cómplice mayor de los olvidos? Nuestros jóvenes editores han dado un primer e importante paso al publicar estos relatos escritos bajo la tutela de Lovecraft. La mayor parte pueden ser considerados borradores. Sin embargo, como pertenecen al estilo inconfundible del círculo de Lovecraft, aportan elementos valiosos a los devotos de esa mitología. Mención particular merece el relato donde Barlow, fiel al espíritu juguetón de la cofradía, transforma los nombres de sus amigos. La joya de la corona es sin duda el texto que cierra el libro, “El oceáno nocturno”, escrito íntegramente, de acuerdo con los eruditos, por Robert Barlow. Se trata de un texto que rinde homenaje a esa criatura viva que se puede convertir en amenaza para los más sensibles. Así ocurre en esa vasta sinfonía de horror cósmico llamada “El Wendigo”, nacida de la imaginación de Algernon Blackwood. Igualmente, Barlow logra por instantes aproximarse al poema en prosa en sus descripciones y contemplaciones del mar, como lo hizo el primer Lovecraft y antes de él su maestro Lond Dunsany. El lugar donde transcurren los hechos, Elliston Beach, es naturalmente un sitio inventado, y el personaje, un pintor que recuerda al de Lovecraft en “El modelo de Pickman” , alejado del mundo y sólo fiel a sus pensamientos y su soledad. Nada sucede y todo pasa. El gran personaje es el mar donde sueña el gran Cthulhu, aunque nunca se le mencione.
Gracias a Azcapotzalco por haberme invitado a esta sesión memorable. En los cien años de la entrada de Bram Stoker en la inmortalidad, evocamos a un autor como Robert Hayward Barlow, en cuya vida laten misterios inacabables que dan comienzo con el nombre. Barlow es el nombre del vampiro en la aterradora novela de Stephen King Salem´Lot, y Barlowe, con e final, el nombre de la población más al norte de Alaska, donde se vive un mes de permanentes tinieblas, escenario ideal de la película Treinta días de noche, donde la banda de vampiros que allí se instala encuentra su mejor coto de caza y ejerce plenamente sus poderes. Esperemos que el año siguiente, en esta misma fiesta del libro y la lectura, estemos presentando la traducción de los poemas de Barlow, así como la correspondencia cruzada con su maestro Howard Phillips Lovecraft.
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