El autor del artículo, el periodista y escritor Emilio Gancedo. |
El pasado 19 de junio apareció publicado en la edición digital del periódico leonés Diario de León (aquí su web) un curioso artículo de opinión firmado por el periodista y escritor Emilio Gancedo (n. 1977) titulado Lovecraft y el calor, en el que habla sobre la ola de calor que en estos días castiga gran parte de nuestro país y los efectos del cambio climático. Gancedo establece una relación entre este último y lo que se narra en un relato de Lovecraft, Hasta en los mares (1935), en el que se cuenta como la raza humana desaparece de la Tierra debido a un considerable aumento de las temperaturas, que acaba con las reservas de agua y elimina todo rastro de vida de nuestro planeta. Aunque podéis leer el artículo en cuestión en este enlace, os lo dejo completo bajo estas líneas:
En uno de sus extraños, viscosos y estremecedores relatos cortos, H.
P. Lovecraft —ese flaco y prognato monstruo de la literatura— narra una
escena del fin del mundo, tan de su gusto apocalíptico, y coloca al
último exponente de la raza humana en un planeta sometido a altísimas
temperaturas, prácticamente calcinado. La asfixia y sudorosa agonía del
personaje saltan de las páginas del libro al pellejo del lector
independientemente de la temperatura reinante, y uno, ante tales
párrafos, no puede por menos que hacer ademán de aflojarse la camisa.
Siempre me alucinará la capacidad de este autor inmenso no sólo por crear ambientes opresivos, telúricamente inquietantes, sino por ser capaz de sugestionar de tal modo a sus lectores que hasta experimentan sensaciones físicas concretas —tiemblan, espeluznan, se les eriza la piel— al recorrer sus narraciones. ¿A que una mosca no parece una criatura demasiado temible? Pues yo no olvidaré jamás el cuento que tiene sobre uno de tales minúsculos insectos en particular, ni el bote que pegué en la cama cuando, tras cerrar el libro y apagar la luz, uno de esos bichos alados (pero, ¿ocurrió de verdad?) me rozó la cara...
A mí no me dan miedo los altos portavoces del ecologismo ni los gurús de la sostenibilidad cuando hablan del cambio climático: yo lo temo de veras tras haber leído al maestro de Providence y haber comprendido lo que nos espera. Porque H. P. Lovecraft sabía o intuía todos los terrores que nos aguardan.
En unos sotomontes donde la memoria se llama —se llamaba, hasta ahora— jirones de neblina en el alambre de los chopos, nevadas que caían como grandes fantasmas silenciosos sobre valles y riberas, y cristales siempre empañados, el asadero sahariano de estos días parece un aviso amenazante, un sofocante anuncio de lo que está por venir. Y Pedro Botero, recordémoslo, vigilaba el punto de cocción de las calderas, no la lucecita del No Frost de una nevera.
Desconozco si estamos a tiempo. Y no sé si meter los plásticos en el contenedor amarillo ayudará en algo. Pero mejor no tentar a la suerte y exigir medidas reales si no queremos que nosotros o nuestros descendientes se las vean con un horror aún mayor que el demonio Cthulhu.
Siempre me alucinará la capacidad de este autor inmenso no sólo por crear ambientes opresivos, telúricamente inquietantes, sino por ser capaz de sugestionar de tal modo a sus lectores que hasta experimentan sensaciones físicas concretas —tiemblan, espeluznan, se les eriza la piel— al recorrer sus narraciones. ¿A que una mosca no parece una criatura demasiado temible? Pues yo no olvidaré jamás el cuento que tiene sobre uno de tales minúsculos insectos en particular, ni el bote que pegué en la cama cuando, tras cerrar el libro y apagar la luz, uno de esos bichos alados (pero, ¿ocurrió de verdad?) me rozó la cara...
A mí no me dan miedo los altos portavoces del ecologismo ni los gurús de la sostenibilidad cuando hablan del cambio climático: yo lo temo de veras tras haber leído al maestro de Providence y haber comprendido lo que nos espera. Porque H. P. Lovecraft sabía o intuía todos los terrores que nos aguardan.
En unos sotomontes donde la memoria se llama —se llamaba, hasta ahora— jirones de neblina en el alambre de los chopos, nevadas que caían como grandes fantasmas silenciosos sobre valles y riberas, y cristales siempre empañados, el asadero sahariano de estos días parece un aviso amenazante, un sofocante anuncio de lo que está por venir. Y Pedro Botero, recordémoslo, vigilaba el punto de cocción de las calderas, no la lucecita del No Frost de una nevera.
Desconozco si estamos a tiempo. Y no sé si meter los plásticos en el contenedor amarillo ayudará en algo. Pero mejor no tentar a la suerte y exigir medidas reales si no queremos que nosotros o nuestros descendientes se las vean con un horror aún mayor que el demonio Cthulhu.
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