En 1990 la editorial española Planeta publicó la novela Guadalquivir, del famoso escritor Juan Eslava Galán (n. 1948). Se trata de una obra histórica de 294 páginas ambientada en la España del siglo XIII, entre tierras musulmanas y cristianas, con una curiosa referencia al Necronomicón y su autor, Abdul Alhazred (aunque según el propio Lovecraft, la obra fue escrita en el siglo VIII en la Península Arábiga), aunque sin relevancia con el resto de la trama, en la que encontramos tanto una historia de amor, una apasionante intriga policíaca y la ágil
crónica novelada del asalto castellano al Valle del Guadalquivir y la
ruina del imperio Almohade con la célebre Batalla de las Navas de Tolosa (1212). El argumento principal gira en torno al joven Selim, quien acude a una cita galante en unas misteriosas ruinas y
encuentra un templario moribundo que le hace una extraña confidencia.
Esta revelación resulta ser la clave que conduce al paradero de un
prodigioso tesoro: el Espejo de Salomón, o Grial musulmán, cuya posesión
es el último fin perseguido por los cabalistas, pues encierra la clave
del dominio de la naturaleza por el hombre. Cristianos y musulmanes lo
buscan afanosamente, así como una misteriosa hermandad, la Lámpara Tapada. A
lo largo de su azarosa vida, Selim se ve condenado a huir de los que
quieren arrancarle el secreto, si bien, al propio tiempo, otros
misteriosos valedores le ayudan. Aunque, como he referido, la novela se centra en el enfrentamiento entre cristianos y almohades, tiene ciertos elementos esotéricos, en los que encontramos un par de citas sobre Abdul Alhazred, de visita en al-Andalus hacia el siglo XII (por tanto, fuera por
completo del canon de los Mitos) y de cómo luego escribió el
Necronomicón. Una de las mencionadas citas de esta novela dice así:
Quiso la fortuna (pero todo está en manos de Alá, el piadoso) que aquel
año el manantial de la Malena se hubiese secado casi por completo.
Aprovechando esta circunstancia, Abdul penetró por su boca en el vientre
de la montaña. Allí se encontraba cuando lo sorprendió el Terremoto y
conoció el horror y el supremo encogimiento de ombligo cuando las cinco
cuevas se desplomaron sobre su cabeza. Pero el poder del Espejo se
apiadó de él y preservó su vida. Quizá me preguntarán los más curiosos
de entre vosotros: ¿y por qué preservó su vida? Os lo diré: no lo sé. Si
lo queréis saber no me lo preguntéis a mí, preguntádselo a Alá. Quizá
fuese porque Abdul lo había aliviado de su soledad y de su secreto. El
caso es que el hombre volvió entre los hombres a los siete días justos
de haber penetrado en la montaña y los que ya desesperaban de volverlo a
ver con vida fuéronse a él y lo rodearon ansiosamente, esperando el
relato de cuanto había visto y vivido entre el vientre del abismo, pero
Abdul al-Hazred sólo balbucía palabras incoherentes y tenía la vista
lela, perdida en el cielo. El cabello se le había vuelto blanco y
babeaba continuamente como un bendito de Alá: en resumen, que había
entontecido. Lo dieron por loco y se apartaron de él, y él, alejado de
la compañía humaba, pasaba las noches en el cementerio de la
Alcantarilla y pacía la hierba como las cabras. Un día abandonó la
ciudad y regresó a su tierra. No se dirigió al desierto de Rub al-Khali,
como había prometido, sino más al norte, a Dhana, al desierto escarlata
donde habitan los espíritus del mal. De allí lo sacó la luz para
conducirlo a Damasco, donde tomaba el sol en la plaza y las buenas almas
le daban limosna. En la casa de los locos que fundó el califa (sobre él
la bendición por eso) lo dejaban estar en un rincón umbrío y el ecónomo
se apiadaba de él y le daba papel y tinta para que escribiese su libro.
Una mañana fue arrebatado de en medio de una multitud por un monstruos
invisible que lo devoró allí mismo, mutilándolo horriblemente en medio
de más de mil testigos encadenados por el miedo que les encogía el
ombligo, a cada cual el suyo. Ése fue el último hombre que conoció los
secretos del Espejo de Salomón.
Más adelante, Eslava Galán escribe lo siguiente sobre Alhazred:
-Lo que quiso la Lámpara Tapada, la hermandad y concordia de todos los
pueblos bajo el solo dominio de la tolerancia y de la ley, ya no es
posible, pues hoy la maldad y la codicia se han hecho más poderosas que
la virtud. La Lámpara Tapada está dispersa, murieron los que la
sustentaban y sólo prevalecen los que andan con las armas en la mano. Y,
créeme, a nadie resulta más doloroso que a mí admitirlo, puesto que fue
mi antepasado, el gran ministro, el que fundó la Lámpara Tapada, el
mismo que llevó las averiguaciones hasta el límite que le fue permitido.
Pues él, para que lo sepas, dedujo que Abdul al-Hazred, el loco, había
hallado el Espejo, pero algún error en sus invocaciones provocó el
Terremoto: ésa es otra prueba del poder del Espejo. El gran ministro
estuvo en contacto con los sabios judíos de Constantinopla y por ellos
supo que allí y en Damasco quedaban todavía algunos estudiosos que se
decían discípulos de Abdul al-Hazred, así como de un libro que el loco
había legado a sus seguidores antes de ser devorado por la bestia. Como
sabes, el gran ministro persuadió al califa para que lo enviase a
Constantinopla en calidad de embajador. Desgraciadamente hubo que
excluir Damasco, donde le habrían cortado la cabeza por servir a un
omeya.
-Me hago cargo –dijo Selim-. Prosigue.
-Bien. En Constantinopla
conoció a un sabio griego, llamado Theodorus Philetas, que estaba
traduciendo a su idioma el libro de Abdul al-Hazred. En la traducción de
Philetas se llama Necronomicón. Berenguer de Peramola, el templario de
la cicatriz que te salvó en las Navas, tradujo el Necronomicón al latín.
También sé que el papa Gregorio IX prohibió esta traducción hace pocos
años, quizá porque procedía de Peramola, que murió luchando del lado de
los herejes cátaros. Volviendo a lo del Espejo, el Terremoto hizo que se
desplomaran las cinco cuevas de la montaña y se perdió el acceso que
había llevado a Abdul al-Hazred hasta el lugar del Espejo. Pero, a pesar
de todo, Abdul encontró una salida por entre el dédalo de galerías que
el derrumbamiento había creado. Éste es el verdadero laberinto, y el
loco levantó plano de esa salida.
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