viernes, 11 de febrero de 2022

TE LO JURO POR CTHULHU

 


Albert Compte.

En el periódico catalán Avui del 20 de noviembre de 2003, se publicó en la columna Amb Compte, del poeta y escritor Albert Compte (1960-2007), un texto titulado T´ho juro per Cthulhu (Te lo juro por Cthulhu), en el que habla sobre una de las creaciones más célebres de Lovecraft, el libro ficticio Necronomicón y su autor, el árabe loco Abdul Alhazred, y concluye con una crítica muy severa sobre su literatura. Podéis leer el artículo completo en su traducción al castellano bajo estas líneas:

Según su biógrafo apócrifo Ibn-Kallikan (siglo XII), el poeta demente Abdul al-Hazred, autor maldito del espantoso tratado de magia negra El Necronomicón, nació en el siglo IX en Saná (Yemen). Era un estudioso del ocultismo que había visitado las ruinas de Babilonia y los sótanos secretos de Menfis, y que había vivido diez años en la soledad total del gran desierto que cubre el sur de Arabia, el Rub al-Khali o espacio vacío de los árabes antiguos y el Dahná, o desierto rojo de los árabes modernos. Establecido en los últimos años de su existencia en Damasco, va a escribir allí su abominable El Necronomicón o Libro de los Nombres muertos, el libro prohibido de las salmodias viscosas, "el tomo mordisqueado por los bordes" de qué nos habla Lovecraft. El título original en árabe es Al Azif, término utilizado por los hombres del desierto para designar el murmullo nocturno, el susurro diabólico de los insectos que asociaban a la voz de los demonios. Ibn-Kallikan nos describe la pavorosa muerte de Abdul al-Hazred, devorado vivo por un monstruo invisible ante un montón de testigos. Había abierto la caja de los truenos, había perturbado la paz y el sueño de los dioses Primordiales, de los Grandes Antiguos, primeros pobladores de la tierra, y uno de esos mismos dioses terribles se lo había comido por desayuno después de una siesta de miles y miles de años. Los dioses tienen muy mal despertar. Lo bueno del caso, me parece a mí, es que ni Abdul al-Hazred ni El Necronomicón han existido jamás, son una invención literaria de un tipo llamado H.P. Lovecraft, que tiene nombre de quesitos en porciones, pero ha sido un de los mayores peores escritores del siglo XX. Se trataba de un hombre sin ningún sentido del humor, según palabras del reverendo amigo suyo John T. Dunn; un tipo solitario y amargado, racista furibundo e hipocondríaco superlativo que escribía relatos de terror cósmico perfectamente serios, reunidos bajo el nombre genérico de los Mitos de Cthulhu. Como estilista no fue nada del otro mundo; sus cuentos pecan de sobreadjetivados, son previsibles y carecen de estructura interna, sólo asustan a los niños de pañales: "Y entonces vino hacia mí el horror supremo, la increíble, la impensable, casi inmencionable cosa...". "Uy, ¡qué miedo!", acaba de proferir mi loro ecléctico, sarcástico. La verdad es que los monstruos descritos por Lovecraft vendrían a ser un poco como los murciélagos de películas de Ed Wood: se les ven los hilos. A mí me da más miedo, muchísimo más, Aramis Fuster. Os lo juro por Cthulhu.

No hay comentarios:

Publicar un comentario